Isaac Nahón Serfaty *
En la entrega anterior nos enfocamos en la tecnología como factor que está produciendo cambios radicales en la relación entre Maestro y Discípulo, y que, llevada a su extremo transhumano de la inteligencia artificial, prescindirá de la figura del educador de carne y hueso. En esta tercera entrega nos ocuparemos de analizar una cultura puritana que tiene varias expresiones (desde el
fundamentalismo religioso hasta el radicalismo político, que a veces se superponen), y su impacto en la desvalorización de la figura del Maestro (y de la Maestra, claro).
Sangre y cenizas
El profesor Samuel Paty fue asesinado en Francia por un fanático islamista después de que algunos de sus alumnos de secundaria lo denunciaran por haber mostrado las caricaturas de Mahoma en un curso sobre el tema de libertad de expresión. En Toronto (Canadá) la profesora de francés Nadine Couvreaux recibió una reprimenda de la comisión escolar de esa ciudad por haber hecho leer a sus alumnos de secundaria un poema de Jacques Prévert que contiene un verso que los comisionados (y la estudiante que se sintió ofendida) consideraron racista. El verso en cuestión dice: “Et puis je suis allé au marché aux esclaves/Et je t'ai cherchée/ Mais je ne t'ai pas trouvée mon amour” (Y después fui al mercado de los esclavos/Y yo te busqué/Pero no te encontré mi amor). En la carta de reprimenda que recibió la profesora Couvreaux le advierten que “cualquier incidente de este tipo en el futuro puede resultar en otras acciones disciplinarias, incluyendo su despido”.
En otro consejo escolar de la provincia de Ontario (Canadá) se quemaron unos 4700 libros para “purificar por las llamas” y usar como abono las cenizas de obras que representaban, según los promotores de este “ritual”, el racismo, la discriminación y los estereotipos (entre los libros quemados estaban las historietas de Astérix y Tintin, y el relato de Pocahontas).
Estos tres casos tienen algo en común. Según una definición dogmática de la virtud, ya sea de inspiración religiosa o moral, se promueve la denuncia y la sanción del Maestro (que en el caso del profesor Paty llegó hasta su asesinato), o se invade el espacio de libertad que es la escuela para proscribir por las llamas libros que los alumnos no deberían leer.
Los tres casos son también sintomáticos de un clima de opinión alimentado por la “cultura de la anulación” (cancel culture) que dicta lo que los educadores en pre-escolar, primaria, secundaria y en las universidades deben enseñar según los parámetros de ideologías puritanas. Se argumentará que no se debería mezcla el asesinato del profesor Paty con los otros dos casos, que uno representa un acto bárbaro, y que los otros tienen implicaciones más simbólicas.
La virtud de los fanáticos
La verdad es que, por la vía de las sanciones, la quema de libros o la muerte, se va creando un clima de terror en las instituciones educativas. Lo he visto de cerca en mi propia universidad en Ottawa (Canadá), después de que una joven profesora a tiempo parcial, Verushka Lieutenant-Duval, fuera suspendida temporalmente y expuesta a la vendetta pública en las redes sociales, porque usó la palabra que empieza por “N” en un curso de historia del arte. Su objetivo era ilustrar cómo los grupos tradicionalmente marginalizados se reapropiaban de palabras y expresiones como una forma de empoderamiento.
Desde que ocurriera el sonado caso muchos colegas prefieren evitar ciertos temas en sus cursos, decidieron no hablar públicamente del debate suscitado por la reprimenda contra Lieutenant-Duval y así evitarse problemas con estudiantes y otros colegas que defienden la agenda de la “cultura de la anulación”.
Este clima de terror va permeando otras instituciones en la sociedad. Está ocurriendo en las dependencias de los gobiernos, las empresas, las organizaciones no gubernamentales. La “corrección política” se va convirtiendo en la norma social lo que se traduce en censura y autocensura, en control del lenguaje, y en la estigmatización de grupos sociales y humanos (por
ejemplo, los que supuestamente representamos el “hetero-patriarcado blanco”) como culpables, incluso si son inocentes y antes de que se pruebe lo contrario.
Así la imagen pública del educador y la educadora se va depreciando (notemos que los casos canadienses que he señalado son ataques a profesoras). Se convierten en el blanco de ataques en las redes sociales. El salón de clases es un terreno minado donde el maestro debe medir sus palabras, seleccionar cuidadosamente los libros que leerá o que pedirá que lean a sus discípulos, evitar ofender las sensibilidades culturales y religiosas de alumnos y padres. Su autoridad (sí, el viejo concepto de “autoridad”) en el ámbito educativo se diluye en una concepción clientelista del espacio pedagógico (el “cliente siempre tiene la razón”). Es más importante atender las demandas de los “clientes” (estudiantes, y en ocasiones sus padres y madres) que reclaman sus derechos a hacer lo que les plazca, como una vez me dijo una estudiante en clase (“nosotros pagamos para recibir un servicio”, me dijo).
En la próxima y última entrega de esta serie consideraremos las dimensiones políticas de estos ataques a la figura del Maestro tanto en contextos autoritarios como en las democracias. La desvalorización del papel del educador responde en ocasiones a una lógica de dominación y del control de las instituciones educativas con el fin de terminar con ellas como espacios de libertad y de crítica.
* Profesor asociado de la escuela de Comunicación de la Universidad de Ottawa
InterConectados
enero 31, 2022Espero la próxima entrega para comentar esta serie que abre los ojos a los que no se habían detenido a pensar en ello como «una marca de los tiempos».
Yajaira Freites
febrero 1, 2022Interesante estas entregas
Si, en nuestro medio aparece algo así: hay que ser condescendientes con los estudiantes (que huelen mal, aunque puedan bañarse; hablan o se expresan de manera grosera;) para no herir susceptibilidades… parecieran que los estamos educando en una vitrina de cristal para que nada lo hiera…. cuando el mundo afuera es terrible; y en nombre de Dios/Ala/la Virgen etc se han justificado acciones injustificables.
Y entre otros grupos, los que somos viejos, no podemos referirnos al alguien como «el negro», que es un amigo, hasta un hermano porque somos tildados de racistas. Si hay tantas clásulas para no herir o para ser «políticamente correcto», de que vale la libertar, la visión crítica, si de principio está bloqueada.
Creyendo que al tener esas clasulas, las mujeres, los homo, los LBT serán reconocidos y libres se equivocan. ¿No sería mejor reconocer que existen diferencias y que eso es lo que hacer interesante a la especie humana?